¡Sí por fin! Llega el buen tiempo. Es el momento para que los peques puedan recuperar la sana costumbre de jugar al aire libre. Son muchos los beneficios que tiene para los niños jugar en espacios abiertos, tantos que es fundamental que puedan pasar al menos una hora diaria jugando en el parque o el campo. Numerosos estudios confirman que el juego al aire libre y el contacto con la naturaleza repercuten en su bienestar físico y emocional.

FUERA EXCUSAS

La seguridad, las rutinas, la tranquilidad, los deberes, las extraescolares pueden hacer que el tiempo que pasan a diario los niños al aire libre sea muy escaso. Es un error. Los niños necesitan jugar al aire libre para desarrollarse, ser felices y crecer.

EL JUEGO COMO APRENDIZAJE

Pues sí esta es la idea. Los niños se relacionan con el mundo y consigo mismos a través del juego. Jugar es la manera que tienen los pequeños para crecer física, social y emocionalmente.

EL CONTACTO CON LA NATURALEZA

Lo esencial del juego al aire libre es el contacto con la naturaleza que les permite experimentar con todos los sentidos su relación con el mundo exterior. De aquí se derivan todos los beneficios del juego al aire libre.

En primer lugar, esa sensación de libertad. ¿Recodáis las tardes al salir del cole jugando con los compañeros? ¿Subiendo a un tobogán grandísimo, trepando por los árboles? La vida sedentaria y la carga excesiva de actividades programadas de los pequeños de casa ponen en peligro este gran placer de jugar sin limitaciones, de experimentar la libertad.

El ejercicio: cada vez somos más, en conjunto, una sociedad sedentaria. La obesidad infantil ha disparado la alarma de pediatras y padres. La alimentación rápida y la pasividad física ante las pantallas son las principales culpables de esta situación.

La creatividad: jugar al aire libre ofrece a los peques la posibilidad de moverse y explorar. ¿Cómo conocerán el mundo si no aprenden a explorar? ¡Qué placer subir a un árbol del parque, bajar corriendo por la ladera de una montaña! La libertad que les transmite estar al aire libre es una invitación a que abran las alas de su creatividad.

La autonomía: ¿se alejan un poco de papá y mamá? ¿Toman la delantera y caminan unos metros por delante nuestro para adentrarse en el bosque durante un paseo familiar? Buena señal. Están aprendiendo a valerse por sí mismos. A decidir qué camino tomar.

Las relaciones sociales: los espacios abiertos compartidos con otros niños fomentan sus habilidades comunicativas. Inventarán juegos, se relacionarán con los otros niños, negociarán las normas. Si quieren jugar con los demás aprenderán a relacionarse con ellos, a escuchar, a defender sus ideas, en definitiva establecerán y fortalecerán vínculos sociales.

Todos los puntos anteriores convergen en uno: jugar al aire libre incrementa la autoestima de los pequeños. Desenvolverse en un espacio natural a través de todas las habilidades que aprenden jugando les aporta seguridad en sí mismos. Una seguridad que les ayuda a crecer sanos física, social y emocionalmente.

 

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LOS PELIGROS DE JUGAR AIRE LIBRE

Pues no son muchos y además son fáciles de contrarrestar. Un poco de suciedad: barro, tierra, bichos, ¡desaparecen con la ducha! Una caída fortuita: beso de mamá y el bálsamo de árnica de Nosa.

Como dice la famosa frase: no debemos preparar el camino para nuestros hijos, sino preparar a nuestros hijos para el camino. Adaptarse a las condiciones climáticas: si llueve, botas de agua y chubasquero, no les quitéis a los peques una de las cosas que más les gusta: ¡pisar charcos! Que si hace calor, llevad agua para que no se deshidraten y ponedles protección solar.

En las ciudades hay espacios al aire libre controlados, parques y zonas verdes en las que los peques pueden disfrutar y los padres también podemos relajarnos. Que nuestros peques jueguen al aire libre también es un aprendizaje para nosotros. Hay que asumirlo, en el parque, en el bosque, en el campo, igual que en la vida surgen imprevistos. Aprender a convivir con ellos es aprender a vivir.